México es un país que sabe a
color, pensemos en las iglesias y fachadas de pueblos enteros, el tapete
delicioso de los tianquismeh o mercados, nuestra artesanía
brillante y viva, nuestro campos soleados. Cuenta la leyenda nahua que en un principio el
color no existía, todo era gris y triste, un día Tonatiuh, el sol, le dijo a su hijo Pitzintetecuhtli, el señor niño, que coloreara a la tierra, que
tomara los colores del Cozamalotl, el
arcoiris, y los transportara en
tecomates recortados; así se pintó de color “los montes, los árboles,
los arbustos, las flores, los frutos, las piedras, las aguas, los animales, las
personas y el cielo, todo lo que sus ojos veían”.1
A la historia se suma Tepeyollotli, corazón del monte, que
vivía en la parte más oscura de las montañas.
Un día corazón del monte subió a la superficie y vio que en vez de gris
y triste, todo era brillante y alegre y decidió robarle a Pitzintetecuhtli sus pinceles y colores mientras dormía. Sin embargo, el señor niño persistente en su
labor, regresó al arco iris. Esos
eventos sucedieron una y otra vez hasta que corazón del monte acude a Huehueteotl, señor del fuego y le pide
que active sus braseros y destruya el color de la tierra; grandes terrenos mueren
por los ríos de lava del Huehueteotl,
hasta que éste reconoce que estaba acabando con lo más preciado de la tierra,
estaba dando muerte al color, y detiene su obra destructiva.
Al final de la historia Pitzintetecuhtli y Tepeyollotli hacen las paces, y el señor niño le comparte los
secretos del color a corazón del monte y se “cubrió el interior de la Tierra
con azules y morados como la noche, plateados como la Luna y negros como los de
los encinos. Este fue el origen de las vetas minerales de cobre, plata, oro,
turquesa, jade, esmeralda, amatista y rubí”.2
1.2. Ver. HORACIO Y LENA GARCÍA,
“La Química en el arte”. p. 9
-12.
Fotografía. Patricia Ramírez Pérez.
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